santiago en llamas 6 enero 2014

SANTIAGO EN LLAMAS

miércoles, 3 de enero de 2018

DESPEDIDA DE JUBILADOS 2017 Y DESPEDIDA DEL SOCIO CARLOS VÀSQUEZ






















JUBILACIÓN COMPENSADA: UN ELOGIO SINCERO A LA BUROCRACIA

El acogerse a jubilación es un acto heroico, es una decisión tan íntima y difícil, que pone en juego nuestra capacidad para reinventarnos y es casi como comenzar a vivir de nuevo; así que felicito a los que han tomado esta decisión, porque significa asumir con coraje que estamos transitando por la tercera edad, eufemismo con el cual se quiere ocultar la vejez y sus fealdades.
El acogerse a jubilación en cuanto decisión personal es una darse permiso para volver a transitar la vida, para iniciar nuevos caminos y volver a soñar en proyectos que fueron postergados o quedaron inconclusos por entregarnos a otros, a nuestros seres queridos y a un servicio  público desgastante, absorbente y al cual dedicamos gran parte de nuestra vida.
El acogerse a jubilación de la burocracia del Estado debiera ser motivo de júbilo, debiera despertar en nosotros un verdadero grito de alegría, un despertar desde lo más noble en nuestros sentimientos, sin embargo nos abraza la nostalgia al recordar a cuantos el jubileo ha sido efímero, les ha durado muy poco, y la amargura y el malestar por los beneficios perdidos o arrebatados como nuestras pensiones sujetas al vaivén del capital financiero van a dar al resumidero por el cual se escurre toda nuestra noble vida funcionaria.
Jubilar a miles de burócratas, aunque tenga un costo para el estado, es desprenderse de parte importante de la grasa. Por tanto, le permite al estado hacer dieta presupuestaria para hacer funcionar malamente el engranaje que genera una multiplicidad de servicios ciudadanos.
Jubilar a miles de burócratas, digo yo, es desprenderse de un valioso capital humano, es hacer a un lado la experiencia profesional acumulada, es reconocer por última vez cuan valiosos fuimos, en cuan necesarios nos transformamos y al despertar de cada día reconocer de cuan prescindibles somos y que la senda funcionaria de un Juan Vilches no es aconsejable para nadie.
Jubilar a miles de burócratas es un desgarro social, político y económico porque significa desprenderse de fervorosos creyentes de la aventura colectiva, de la solidaridad y colaboración en el trabajo, de quienes creen en el estado benefactor y de quienes han vivido un siglo como en la alegoría de las cavernas: viendo pasar el telégrafo, fonógrafo, máquina de escribir, mimeógrafo, computador, internet, impresora multicopiado lasser, celular multimedia y cuanto artefacto que al decir de Nicanor Parra  constituyen “los vicios del mundo moderno”.
La burocracia según Max Weber es una forma de organización humana que se basa en la racionalidad, en la adecuación de los medios a los objetivos pretendidos, con el fin de garantizar la máxima eficiencia en la búsqueda de esos objetivos. No es esa caricatura a la ineficiencia, al papeleo inútil o una corte de indolentes funcionarios ajenos a las necesidades del ciudadano, caracterización abusiva que domina el sentido común y es nuestro estigma que debemos combatir. Moraleja: no hay peor astilla que la del mismo palo.
Los burócratas de incomprendidos sociales de responsables de todos los errores del estado a través de las instituciones públicas, somos según Max Weber una necesidad, una condición necesaria para que los procedimientos administrativos se dirijan a una finalidad. Según este intelectual, el aparato burocrático desarrollado es exactamente lo mismo que la máquina respecto de las formas no mecánicas de producción. Para ello se requiere una administración severamente burocrática y especialmente monocrática, servida por funcionarios especializados.
Por otra parte, la ficción, la literatura, a través de Saramago ha ironizado sobre la función pública, en su novela “Todos los nombres” creando un único personaje con nombre: Don José. Es un hombre gris, cincuentón, soltero, humilde, huraño, solitario, digamos que conformista con la vida que le ha tocado, demasiado sencilla y con un trabajo sometido a severas normas que regulan hasta el estado de ánimo de los funcionarios. Saramago retrata con maestría nuestra entrega al servicio, nuestras necesidades, nuestras fantasías y sueños y al mismo tiempo los riesgos de perder el sentido de realidad cuando la función pública invade por completo nuestras vidas. Moraleja: la función pública es hermosa pero no tiene sentido la inmolación colectiva persiguiendo un arbitrario y mezquino PMG.
Desde que ingresamos al servicio del estado y sus ciudadanos hemos acumulado experiencia y sabiduría, reposo y paciencia frente a las vicisitudes, tanto que los momentos ingratos pasan a ser meras anécdotas que con el cedazo del recuerdo uno las evoca sin una pizca de rencor.

Por ello, voy a relatarles el episodio más increíble que viví en esta Secretaría. Ocurrió en el mes de febrero del año 2015. Al regresar de vacaciones fui llamado por el jefe de gabinete de la época para manifestarme su molestia por mi columna del diario electrónico “El Mostrador”, su propósito era silenciar mis escritos y castigar con el exilio mi osadía de afirmar que los mandos medios del Mineduc no estaban a la altura de los desafíos programáticos en educación. Me acusó de ser parte de una conspiración contra el jefe de la División de Educación General (DEG) el que pocos meses después terminó traicionando la confianza del gobierno, renunciando con escándalo y pasándose a la oposición y participando en la formación de un nuevo partido político. Agradezco al gremio local que supo defender mi derecho a la libre expresión y contener a los censuradores, los que ahora ocupan una oscura dependencia del nivel central después de su degradación. Moraleja: “hay órdenes que se dan, pero hay que ser muy carajo para ejecutarlas” (G. García Márquez, El otoño del patriarca).
La partida es inevitable, así como la confusión del momento es inevitable. No sé si siento pena dejarlos o envidio que ustedes se queden, solo sé que me voy con el corazón alegre de haber culminado una etapa funcionaria recibiendo el cariño y respeto de todos ustedes. Gracias por alumbrar una vida de servicio público que hoy termina pero que el recuerdo irá recreando lentamente, que me ha dejado huellas imborrables de fraternidad y solidaridad, de compañerismo, de amistad sincera y en mi caso un lugar donde tuve la dicha de haber encontrado el amor y ha sido un amor para toda la vida.


                                                                                               Carlos Vásquez Órdenes
                                                                                              29-12-2017.